Entender la muerte
Hablar de la muerte se considera tabú o de mal gusto. Al muerto se le encajona, se le acristala, se le tapa, se le camufla con flores y olores. Sin embargo un hecho tan cercano y propio del ser humano necesita ser entendido para saber vivir mejor.
Un grupo de educadores de la Universidad Autónoma de Madrid defiende la inclusión en las escuelas el tema de la muerte, como ya sucedió con la educación sexual, porque aprender a entender la muerte es lo más propio y universal que nos sucede a los seres humanos.
Muertos o moridos
La sinceridad infantil es la primera fuente de aprendizaje que los mayores despreciamos con necedad. Si se pregunta a un niño ¿qué es la muerte?, ¿Qué le ha pasado a la mamá de Bambi?, la respuesta es un claro: no sé. En cambio si un niño pregunta a un adulto, ¿por qué se ha muerto mi abuelita? Las respuestas suelen ser variopintas. Oscilan desde la evasión de la respuesta hasta la hipótesis del cielo-limbo-purgatorio-infierno.
La ausencia de seguridades en la educación de un niño que descubre la muerte se convertirá en una carga de angustia de muerte, cuando se haga adulto, fruto de unas explicaciones pseudológicas y patéticas, tan poco esclarecedoras y aparentemente inofensivas.
El niño es sincero y responde desde su conocimiento un claro no sé o "no sabo". El adulto da respuestas estándar más vinculada a la creencia que se sabe. Son interpretaciones compartidas con otros adultos que surgen de las mismas premisas, diferentes al solo y honesto "conocer". Si se propone educar acerca de la muerte, se trata de evitar la explicación desde la angustia.
La educación actual no prepara para la muerte
Daniel, de seis años de edad, está enfadado con su hermano Javier (de cuatro años) porque no viene a jugar con él. Sus padres le han dicho, que su hermano ha muerto y ha ido al cielo, pero Daniel no acepta su ausencia, siente miedo y sentimiento de culpa, y cree que Javi no viene porque ha sido malo. También deduce que no viene su hermano porque no le quiere ya, porque si le quisiera de verdad, vendría.
[Los miedos de Daniel: Los miedos de Daniel. Daniel, 6 años de edad]
Esta desesperanza y la negación a aceptar que una ausencia pueda ser definitiva es común en los niños, rasgos que permanece en los mayores que cubren la falta de la persona querida, con ritos o guardando objetos evocadores.
¿Pero es oportuno introducir todo lo relacionado con la muerte en las etapas más tempranas de la educación?
Agustín de la Herrán Gascón, profesor de la Universidad Autónoma, cree en la necesidad de incluir la muerte como contenido educativo, en la etapa infantil: "Ante una experiencia trágica vivida por un niño, se puede hacer bastante más que consolarle o dejar pasar el tiempo, para que el problema se vaya solucionando más o menos solo, con jarabe de tiempo... Se deben enseñar los rudimentos de todos los saberes adultos desde los primeros años. La educación infantil es la más rica y creativa en cuanto a realizaciones y se debería comenzar a afrontar en esta etapa todos los temas de nuestra naturaleza. ¿O acaso no hay relaciones evidentes entre muerte, ciclos biológicos, educación ambiental, sexual...? Creemos que si desde las aulas no se incluye el tema de la muerte desde un contenido global y ordinario, no se estará enseñando a vivir completamente".
Los niños juegan y hablan de la muerte
Los niños tienen miedos y temores, uno de ellos es el miedo a la propia muerte. Depende de la edad. Los niños menores de cinco años no son capaces de formarse un concepto de la muerte, su percepción del tiempo y del espacio es muy limitado, en ellos prima el miedo de separación a la madre.
Los comprendidos entre seis y diez años muestran un mayor miedo a la mutilación y por último, son los mayores de diez años los que presentan un miedo elevado a la muerte. Pero estos miedos son reforzados por el entorno cultural. Son miedos socializados.
Los niños hasta los seis años de edad juegan a representar la muerte. Es el fruto de la observación. Se "duermen" como hace el rey Mufasa en la película el Rey León. El estado de sueño es la primera identificación con la muerte. Primera diferencia vida/muerte igual a dinámico/estático.
También el concepto de ciclo vital, de edad que avanza, que se envejece comienza a calar en los niños.
En los juegos y primeras interpretaciones de la muerte hay grados. No es lo mismo que se muera una planta que un animal. No es lo mismo morirse de manera permanente que revivir una vez terminado el juego. No es lo mismo que se muera alguien próximo que alguien que se percibe lejano al propio mundo de las vivencias. Es decir no será igual que se muera un indio que un vaquero, un tío que la mamá.
Según Agustín de la Herran, este criterio de raíz natural , debe tener algunas correcciones mediante la educación "para evitar la vivencia egótica nacionalista o racista que nos puede hacer valorar de una manera distinta la muerte de unos ciudadanos españoles que otros africanos, asiáticos o gitanos, que son las mil y unas caras de los infantilismos adultos, cuyo origen(el ego humano) parece invisibles para la educación y la cultura convencionales".
El niño comienza a asumir la realidad de la muerte y se defiende de ella a través de su creencia de que es capaz de influir sobre esa realidad. Los niños pequeños descubren la muerte en su medio físico y social. La buscan por sus causas y la superan con rituales llenos de magia y fantasía. Son juegos de salvamento y resucitación mediante los cuales las heridas y los muertos se curan. Mediante estas simbolizaciones se superan egocentrismos, la culpabilidad se transforma en solidaridad y se comienza a elaborar el desarrollo de capacidades, como las de ayuda, compasión, ponerse en el lugar de otro...
El contrato de vida
Tarde o temprano la realidad se impone, tanto para el niño como para el adulto, y se comienza a asumir la realidad de la muerte. En el niño hay estadios de adaptación de esta realidad que escapa a su control. Estas fases de aceptación son parecidas en los niños y en los enfermos terminales antes de asumir maduramente el hecho irreversible de la muerte.
Cuando la realidad se impone, una forma de afrontarla con éxito total es asegurándose mediante un contrato de vida. Una niña, Julia de 3 años, excepcionalmente consciente de la idea de que todas las personas tienen que morir, también su madre, entra en depresión y falta casi dos semanas al colegio: no come, llora, se queda en la cama, hasta que la madre que conoce la situación, le promete no morirse nunca. La respuesta es inmediata: la niña se levanta y come lo que no había comido en tres días.
El establecimiento de las causas de la muerte también posee mucho interés para el niño. Al familiarizarse con los efectos y causas de la muerte, el niño pretende vestirla de realidad cubriendo así la ansiedad y el miedo que sus fantasías y fantasmas le llenaban. Esto ocurre porque el conocimiento le da seguridad y aumenta su capacidad de razonamiento lógico.
Además de las causas de miedo ligadas al desarrollo del niño, hay que contar que en la sociedad de bienestar y consumo, los medios son fuentes de miedos. Pensamos en aquellos programas de impacto que deben su éxito a la cantidad y variedad de accidentes que presentan.
En una época en que reina la imagen, y por ello el movimiento de la razón hacia lo superficial, lo efímero, la idea de muerte como concepto básico, como realidad, se va trasvistiendo de representaciones que nunca llegan a atrapar su verdadero significado.
Una causa más para educar en un plano de razón distinto al visual.
Pautas de actuación para una eventualidad trágica
En su libro ¿Todos los caracoles se mueren siempre? se dan pautas específicas en caso de actuación para que los padres y maestros puedan explicar la muerte de alguien cercano a un niño.
Lo primero es la coordinación y coherencia para no entrar en contradicciones y pactar una versión. La sinceridad y evitar el engaño es decisivo. Dar una versión falsa carece de utilidad y sentido( se ha ido de viaje, etc..). Permitir la expresión natural de sus emociones, sin estimularlas (tú lo que tienen que hacer es llorar) o reprimirlas (no llores más) ayudando a interpretarlas y a expresarlas.
Lo más adecuado es afrontar la realidad de forma tranquila, para favorecer desde la serenidad, el transcurso de las posibles fases de elaboración y aceptación de la experiencia de vacío y pérdida por parte del niño.
En situaciones extremas como es la percepción directa del cadáver (que en edades tempranas no conviene llevarlas a cabo) pero que circunstancialmente puede darse de duelo directo, se recomienda como lo más natural y educativo hacer el esfuerzo de continuar integrando hasta el último momento al fallecido en la familia, contando con la participación del niño, y siguiendo las siguientes pautas:
Si el niño expresara su deseo de verle, el proceso debería revestirse de naturalidad, desde la libertad de los padres y el niño .Dejarle elegir, y respetar no sólo su palabra sino sus gestos dándole mucha importancia. Puede llegar a ser una experiencia intensa, y aunque inevitablemente triste, una tristeza disfrutada.
Deben acompañar al niño en este trance personas cercanas entrañables. Los padres si están en las mejores condiciones de serenidad o tranquilidad.
La oportunidad es buscar un momento de tranquilidad, si es posible de soledad ante el cadáver. Puede pedirse que nos dejen a solas con el niño y que no se interrumpa durante unos minutos para evitar interrupciones o interferencias o contaminaciones, con escenas de lloros o situaciones parecidas.
Reconocer que el fallecido está tan dormido como la Bella Durmiente, como Blancanieves, tan dormido que ya no nos puede mirar, no nos puede hablar, no respira, porque está como en el más profundo de los sueños.
Despedida, ya que si el abuelito, tío, vecina... ya no nos oye, podemos decirle adiós nosotros, expresar lo que quiera, quejarse, llorar, hablar bajito.
Si el niño llegara a despedirse se habría conseguido la primera fase de aceptación de realidad de la muerte.
Tratamiento saludable de la muerte
Introducir en los campos educativos un tema como este es sin duda controvertido. Para Agustín de la Herrán la muerte como la vida entera ha de entrar en las escuelas y trabajarse en ellas desde la naturalidad y el rigor derivados de una buena formación. ¿O es quizá demasiado tarde para algunos? ¿Podría ser demasiado tarde para nuestra educación?
El inicio de un nuevo milenio puede ser el umbral de enterrar tabúes.
Antes ya se hizo algo parecido con la educación sexual, cuya polémica era -y sorprendentemente sigue siendo- objeto de escándalos en escuelas y colegios, y de artículos y debates en medios de comunicación.
La diferencia básica con la educación para entender la muerte es que la sexualidad es sonora porque versa que es tratada constantemente por la imaginación y la falta de imaginación del ser humano, y el placer es popular.
En cambio la muerte, asociada al dolor, es tan poco deseado como tema y oscurecido por creencias y ritos. La medicina, religión, psicología paliativa, filosofía y literatura se han apoderado de ella. Ya va siendo que se le de una oportunidad a la educación.
Si usted lector ha llegado hasta aquí, es que ha superado esa primera impresión ancestral y es una esperanza para afrontar de otra manera la muerte, ya que como decía Fenelón: "La muerte sólo será triste para los que no hayan pensado en ella".
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